dijous, 28 d’abril del 2016

El reto de educar (en los tiempos que corren)

Parece claro que hoy día resulta difícil educar a una hija o hijo. Móviles, redes sociales, crisis de valores y moralidad, dificultades de conciliación de vida laboral y familiar... Con este escenario, cuando se pone la mirada a los problemas que aparecen habitualmente al ámbito de la familia, uno que se encuentra con relativa frecuencia y que suele ser motivo de consulta por parte de los padres es el hecho de que los hijos tengan verdaderas dificultades para obedecer y seguir normas.

Está fuera de duda que muchos de padres ponen la mejor de las intenciones para criar personas cariñosas, educadas y honestas, a pesar de que a veces estas buenas intenciones acaban contribuyendo a que los hijos se conviertan primero en niños caprichosos, después en adolescentes déspotas y finalmente en el que hoy en día se conoce como "hijos tiranos". Veamos a continuación, de una forma introductoria, algunas de las cosas de tipo general que hay que tener en cuenta para no llegar a este punto.

La infancia es un momento privilegiado para empezar a establecer las pautas educativas que servirán al hijo para ir moldeando su personalidad y su forma de relacionarse. Aquí cobra importancia el hecho de poner límites claros desde el principio a sabiendas de acompañar, firme pero suavemente, cuando al nin le cuesta aceptarlos. Hay que evitar, pues, adoptar un estilo demasiado permisivo con los hijos, pero también un estilo demasiado basado en las normas y la coerción. Dicho de otro modo, es sumamente importante saber decir que no, pero lo cómo se dice también lo es: cuando el hijo muestra su disconformidad hacia algo que se le niega en forma de "rabieta", lo que resulta más desaconsejable es ceder a ella o responder con un grado similar de agresividad. Si somos agresivos con ellos, no podemos esperar una respuesta diferente. Ya nos lo enseñó A. Einstein: "dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los otros; es la única manera".

De esta forma, hay que esperar un niño que acepta que hay normas que está en la obligación de cumplir. También lo ayudamos a saber que no lo tiene fácil para anteponer sus necesidades a las de los padres de forma que todo gire al su alrededor: es saludable que puedan entender que hay personas con necesidades diferentes a las suyas, necesidades que también se tienen que satisfacer: éste, en mi opinión, constituye uno de los pilares de la educación en edades tempranas.

Otro de los pilares a considerar a la hora de educar es la autonomía, o que los hijos sepan hacer cosas con poca o sin ayuda. Si se piensa, cada día hay oportunidades para promoverla. De entrada, puede ser útil hacerse esta pregunta: ¿Cuántas cosas hacemos los padres por los hijos pero que ellos ya saben hacer? Según un aforismo que invita a la reflexión de Jorge Wagensberg, físico y divulgador científico, "enseñar no consiste sólo en dar comprensiones, sino a señalar caminos para tropezarse con ellas". En el sentido que apunta Wagensberg puede ser interesante, como padres y educadores, hacerse algunas preguntas: ¿Ponemos a prueba como de capaces son los hijos o directamente sustituimos sus capacidades porque pensamos que no pueden solos? ¿Qué concepto tenemos de ellos: como personas que pueden o que no pueden? ¿Y alguna vez nos hemos parado a pensar de qué manera influye en nuestra manera de hacer las cosas este mismo concepto que tenemos? Y es más: ¿De qué manera ellos y ellas lo reciben, este concepto? Todo ello tiene una influencia enorme en el crecimiento emocional de los niños: cuantas más oportunidades tienen de hacer cosas y hacerlas bien, más alentados se sentirán y más reforzados se sentirán por las personas de su entorno.

Según el niño crece y se da con cierta frecuencia el comportamiento desobediente, no es extraño ver como los padres usan la infructuosa estrategia de la "hablar en vez de actuar", ya descrita brevemente unas cuántas reseñas atrás. El hecho de amenazar que el castigo tendrá lugar pero no llegar a ejecutarlo tiene efectos claramente adversos: se pierde autoridad a ojos del hijo, que piensa, no sin razón: "aun así no lo hará...". Otra modalidad del hablar en lugar de actuar es la de razonar incansablemente con ellos sin tomar otras medidas, pretendiendo que esto tenga algún efecto sobre su comportamiento: hay momentos en los que resulta totalmente ineficaz, especialmente a la entrada de la etapa de la adolescencia.

De estos y otros aspectos se puede hablar ampliamente, así que en futuras reseñas se dedicará más espacio para reflexionar sobre ellos.

T.S.

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