¿Qué modelo es deseable? No hay una respuesta concluyente a este interrogante, ambos modelos de familia tienen, probablemente, sus respectivas ventajas y desventajas. Otro día haré una reseña de los distintos tipos de familias. Ahora vamos a centrarnos en las familias (demasiado) protectoras definiendo, muy brevemente, qué es un estilo parental.
Un estilo parental o marental determinado se puede entender como una pauta de crianza más o menos estable, como una forma constante de hacer las cosas hacia los hijos. No tenemos que olvidar que cada uno de nosotros viene con una carga genética heredada y que esto nos otorga unas características personales únicas. Pero, aún así, hay que tener también muy presente que las pautas de crianza con las que hemos crecido han tenido una influencia determinante a la hora de modelar estas características de personalidad heredadas. Dicho de otra forma, somos como somos por la información que traemos en los genes pero, sobre todo, por cómo hemos sido educados. Esta premisa será extensible a nuestros hijos, ahora con nosotros como educadores. Hay varios estilos de crianza a los que haré referencia más adelante en otras reseñas. Ahora veamos un poco en que consiste el estilo hiperprotector.
Empecemos haciendo algunas preguntas: ¿Por qué se da la sobre protección? ¿Qué suele observarse en los niños que son demasiado protegidos?
Es posible que esta excesiva protección sea la consecuencia de la mezcla de dos factores. El primero es la firme creencia de qué: "él/a no puede solo/a". Cómo cabe suponer, esta forma de pensar activa todos los mecanismos compensatorios y substitutorios de los padres, que no hacen otra cosa (con la mejor intención) que contribuir a que los recursos personales que el niño tiene para resolver pequeños retos sigan latentes, desactivados. Es como si cada niño vendiera en el mundo con su propia caja de herramientas, pero que nunca usa, porque son sus padres los que siempre usan las suyas para ayudarlo. Al final, acabará para depender de las herramientas del padre o de la madre, faltándole la confianza necesaria para emplear las suyas.
El segundo factor son los miedos. Hay que tener muy presente que una cosa son los miedos de los padres y otra muy diferente son los miedos de los niños. De hecho, ¿quién no ha visto a un niño coger miedo a algo ante las reiteradas advertencias de peligro de alguno de los padres? Los miedos tienen una sorprendente capacidad de ser traspasados, ¡más si venden de los padres! Si se tiene miedo, lo que se suele hacer es evitar lo que lo provoca y, por lo tanto, no activar los recursos que tiene poder ser enfrentado. Esto nos vuelve llevar a depender otros para enfrentarse, en este caso de los padres: con toda probabilidad, se está generando una relación dependiente en exceso.
Las consecuencias observadas en los niños, adolescentes y muchos adultos son, por ejemplo: recursos personales no desarrollados, falta de autonomía, miedos, indecisión y constante búsqueda seguridad en la toma de decisiones, mínima exposición a situaciones de leve riesgo para la integridad personal, etc. Si traemos las consecuencias más lejos, no se extraño encontrar fobias o determinados problemas de ansiedad que pueden derivar en problemas de mayor entidad.
Cada niño plantea retos diferentes, pero para evitar llegar a crear esta dependencia excesiva de los niños hacia los padres, pueden ser útiles algunas indicaciones genéricas: es importante impulsarlos a hacer que tomen pequeñas decisiones en el día a día, ayudarlos a esforzarse cuando sea necesario y, sobre todo, hacerles saber que hay unos padres que lo ayudarán, pero que no le resolverán todos los problemas. De este modo se propiciará que puedan confiar consigo mismos, en sus herramientas y en cómo emplearlas, haciéndolos más capaces de superar los obstáculos que la vida les irá planteando.
T.S.
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