dijous, 28 d’abril del 2016

¿Por qué mis hijos son tan diferentes?

Cuando ponemos la mirada en las familias y la organización de las relaciones entre sus miembros, encontramos algunas características que, con mucha frecuencia, se repiten. De hecho, en aquellas en las que hay dos o más hermanos resulta fácil ver como cada uno de ellos suele recibir descripciones totalmente opuestas por parte de sus progenitores o por por parte de personas cercanas a la familia nuclear.

¿Quién no ha oído hablar a una madre o un padre de las diferencias entre sus dos hijos? Mientras que uno es atento, el otro es despistado, uno es sensible y el otro pues más despreocupado, y así podríamos continuar casi indefinidamente.

Este fenómeno recibe el nombre de rol y contra-rol. De alguna forma, las personas, para organizar nuestro conocimiento del mundo y de las otras personas que nos rodean, necesitamos categorizar para adaptarnos mejor y poder seleccionar conductas adecuadas en cada momento. Por ejemplo: si categorizamos a una amiga nuestra como “inteligente”, le dirigiremos unas conductas y comunicaciones determinadas, y si por ejemplo a un amigo nuestro lo tenemos categorizado como “decidido”, pues el mismo sucederá: nuestras conductas hacia él tenderán a acomodarse a esta etiqueta que le hemos asignado. Como es de suponer, las personas que reciben estas comunicaciones y conductas nuestras en base a estas etiquetas, tenderán a percibirse a sí mismas en consonancia con ellas. Dicho de otro modo: si la gente me trata como una persona "decidida", yo mismo tenderé a verme así.

Pues lo mismo sucede con nuestros hijos e hijas. De alguna manera, los padres y madres necesitan categorizarlos y entenderlos, a menudo buscando diferencias entre ellos. Como consecuencia, lo que con mucha probabilidad sucederá es que el trato hacia uno u otro hijo será coherente con la etiqueta (o etiquetas) que se le habrá asignado. Y el niño, como se supone, tenderá a verse a si mismo de forma cada vez más cercana a la etiqueta adjudicada por los padres. Y ahora viene la pregunta: ¿esto es bueno o malo? Será objeto de atención de un profesional cuando se haya convertido lo algo rígido y excesivamente polarizado: “mira que mi hijo grande es estudioso, en cambio el pequeño es un desastre”.

Hay que pedirse, en este sentido, qué papel tienen las personas del entorno más cercano del niño o niña (padres, abuelos, maestros, etc.) al instaurar, consolidar y, a veces, exacerbar atributos, a menudo por esta marcada necesidad que las personas tenemos de categorizar y clasificar la realidad, y como pueden llegar a polarizarse hasta convertirse en disfuncionales.

T.S.

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