dijous, 20 d’octubre del 2016

Lo que hacemos determina lo que creemos

                                                                                                    “La ocasión se crea, no se espera" 
                                                                                                                                   Anónimo


Hoy día se habla mucho de autoestima, y no es extraño encontrarse en las consultas clientes que demanden mejorarla. Por lo que observo, está muy extendida la creencia de que la autoestima es una característica estática de las personas, de forma que se tiene o no se tiene, como si fuera una cosa que viene asignada de una forma más o menos arbitraria y sobre la cual poco se puede hacer. Pero, ¿es así? Reflexionemos un poco.

¿Qué es esto de la autoestima? Si quisiéramos definirla, ¿qué diríamos? Si se hace un poco de investigación bibliográfica, se encontrarán numerosas y variadas definiciones. De hecho, sobre ella se han publicado más de 7000 artículos y 600 libros, sin mencionar los más de 20000 artículos relacionados y los 2080 instrumentos que actualmente se emplean para medirla (Mruk, 1995). Parece claro que no existe en la actualidad un acuerdo generalizado entre los especialistas sobre el qué es la autoestima. Aún así, si tuviera que seleccionar una, seria esta, hecho por Coppersmith en 1967:

"Por autoestima entendemos la valoración que un individuo hace sobre si mismo, expresando una actitud de aprobación o desaprobación. Nos indica la medida en que el individuo se cree capaz, significativo, con éxito y merecedor. En síntesis, la autoestima es la actitud que la persona mantiene hacia ella misma.

Entonces, encontramos que la autoestima te a ver con una actitud. ¿Y qué es lo que determina una actitud? Pues la forma en que pensamos, la forma en que nos pensamos. ¿Hay alguna manera, pues, de cambiar aquello que pensamos de nosotros mismos? ¿Cómo conseguir cambiar la actitud de desaprobación hacia uno/a mismo/a hacia una actitud de aprobación? Una premisa de la que soy firme defensor es que, si existe como tal, la autoestima puede ser mejorada a través de los experiencias, con independencia de sí son satisfactorias o no. Son éstas - y nada más - las que otorgan crecimiento personal y sentimiento de valía en los capacidades de uno/a mismo/a: con el éxito, se experimenta satisfacción, y con el fracaso, se obtiene la receta para el éxito. En este sentido, Gregory Bateson, antropólogo que ha tengut una gran influencia en el pensamiento científico de la segunda mitad del siglo XX, afirmó lo siguiente:

Las creencias que tenemos sobre el mundo determinan aquello que hacemos, y aquello que hacemos determina las creencias que tenemos sobre el mundo”.

Son, en efecto, las experiencias los únicas que pueden cambiar nuestra forma de pensar y de pensarnos: parece clara la importancia de lo que hacemos para cambiar la forma que tenemos de entendernos a nosotros mismos y confiar en nuestras capacidades. Porque la razón no se puede cambiar a sí misma: pensando y pensando sólo entramos en una espiral de preguntas y respuestas sin ninguna dirección clara: se necesitan, cal insistir, experiencias. Para poner un ejemplo: es como un reloj que funciona mal. El reloj no se puede arreglar a sí mismo, necesita de un agente externo que lo haga: el reloj necesita un relojero para ser cambiado, y la razón necesita de experiencias. 

Las experiencias del presente, por pequeñas que sean, pueden llegar a tener un impacto gigante en el futuro. Cambiar de trabajo, liberarse de una relación tóxica, iniciar unos estudios, etc. Véase, en este sentido, los premisas en las que se basa la Teoría del Caos: un acontecimiento minúsculo en una parte del mundo, puede provocar otro de magnitudes enormes a la otra parte. Nada más lejos de la realidad: cada pequeña decisión que se toma en el presente puede cambiar, de una manera que ni llegamos a sospechar, los cosas en el futuro.

¿Qué cabe pues? Decidir, evolucionar, ser flexible. Estoy convencido que si el camino a la felicidad existe, es éste: ser el conductor de la propia vida a través de la toma de decisiones, por difíciles que puedan parecer.

Llegados a este punto, puede ser pertinente hacer la siguiente pregunta: ¿por qué hay personas que se quejan de su vida, de los otros, del mundo en general pero no toman decisiones, por pequeñas que sean, para cambiarlo? ¿Qué hace que tengan la sensación de que no evolucionan? ¿Es falta de capacidad o falta de voluntad? ¿Qué pasa?

Son numerosas los causas que pueden explicar estos bloqueos personales que impiden evolucionar y que se expresan en forma de largas crisis personales, pero yo destacaría dos, íntimamente relacionadas: el miedo a equivocarse y la búsqueda de seguridad. Cuando esto pasa, no es infrecuente encontrar todo tipo de autoengaño, en el sentido de que se buscan cerquen pretextos para justificar la falta de toma de decisiones. Del miedo a decidir y de los autoengaños que se  asocian, me extenderé en otra reseña. 

Por lo tanto, sólo decidiendo sobre la vida, haremos que cambie, abandonando esta incómoda espera de qué sean los otros o el mundo quién lo hagan por nosotros. Será de este modo cuando también cambiará la forma que tenemos de vernos. Dicho de otro modo, la autoestima no es té, se consigue. Ya lo decía el poeta: “caminante, no hay camino. El camino, se hace al andar...”.

T.S.

dissabte, 17 de setembre del 2016

Las crisis familiares

Si hay una influencia que resulta innegable en la vida de cualquier persona, esta es la de la familia. Desde que nacemos, somos parte de las relaciones que se van creando y consolidando entre sus miembros y, queramos o no, esto tiene una enorme importancia en nosotros a la hora de crecer y desarrollarnos como personas: todos traemos una carga genética que la familia ayuda a que se exprese de una forma o de otra. No en vano, algunos estudios apuntan a que nuestra forma de ser está determinada en un 20% por la herencia genética y en un 80% por las experiencias y aprendizajes, donde la familia tiene un papel capital.

Del concepto familia podemos encontrar variadas definiciones. Una que resulta completa es la siguiente: "grupo de personas que comparten un proyecto común y duradero, donde hay fuertes sentimientos personales de pertenencia y se establecen relaciones emocionalmente intensas de intimidad, reciprocidad y dependencia". Así, no se puede negar el carácter dinámico que la familia tiene, puesto que se puede considerar como un sistema que evoluciona constantemente como consecuencia de los propios requerimientos vitales: en efecto, la mayoría de las familias muestran la capacidad de evolucionar cuando lo necesitan. Puede ser, no obstante, que por varias razones, a la familia le cueste llevar a cabo esta evolución necesaria. Si esto pasa, entonces es muy probable que sobrevengan las llamadas crisis familiares. Veamos a continuación qué puede producirlas, relacionándolo con las diversas etapas de la vida.

​Para decirlo de una forma general, de crisis familiares hay de dos tipos: las esperadas (o evolutivas) y las inesperadas. Estas últimas son las que sobrevienen sin haberlo planificado, como consecuencia por ejemplo de una enfermedad o del hecho de perder el trabajo. Pero en esta reseña haré un repaso de las primeras, que son las que tienen que ver con las diferentes etapas del ciclo vital de la propia familia.​ 

A grandes rasgos, el ciclo familiar se puede dividir en las siguientes etapas: constitución de la pareja, ser padres, periodo intermedio, emancipación de los hijos y retiro de la vida activa. Cómo es de suponer, los problemas que pueden aparecer en cada una de ellas varían mucho. Veámoslos sucintamente a continuación.



Al constituirse la pareja, suele ocurrir que se necesitan nuevas reglas de funcionamiento, diferentes a las familias de origen de cada uno de los cónyuges. Cada uno viene con sus propias reglas y la nueva pareja plantea la exigencia de un proyecto común, hay que crear de nuevas. Suele observarse con mucha frecuencia que todavía existe un vínculo muy intenso de alguno de los cónyuges con su familia de origen, el que suele crear dificultades y falta de compromiso con el proyecto común. Aquí suele hacerse necesario renegociar las reglas con las familias de origen. 

En la fase de ser padres, la observación de las familias nos indica que los retos que se plantean tienen que ver al tratar de combinar de manera eficaz la parentalidad y la conyugalidad, es decir, tener la capacidad de combinar los espacios de padres con los de pareja, además de volver a negociar las reglas de relación con las familias de origen. Como consecuencia de esto, pueden aparecer problemas de pérdida de espacio como pareja, desvinculación del padre por un excesivo vínculo madre - hijo o exceso de implicación de los padrinos en la vida familiar.

Pero una de las crisis familiares que más se observan a las consultas, son las que tienen que ver con la etapa intermedia de la vida, donde los hijos inician la adolescencia. El que a menudo ocurre en esta etapa es que se da o bien sobreprotección hacia los hijos o bien excesiva desvinculación. A la vez, no es infrecuente observar conflictos de pareja o expresión de la insatisfacción de los padres con el que tiene que ver con su vida profesional.

La siguiente fase crítica suele ser la de la emancipación de los hijos, también conocida como la del "nido vacío". Pueden darse severas dificultades de los padres para facilitar la transición hacia la independencia de los hijos, así como importantes retos que tienen que ver con la renegociación de las reglas de pareja una vez los hijos ya no están en casa.

La última es la de las familias en retiro de la vida activa, la fase final. Es posible que  haya pérdidas y por lo tanto procesos de luto, además de que los roles que cada cual ha ocupado a lo largo de su vida dentro de la familia se pueden ver modificados por los cuidados que las personas mayores requieren como consecuencia del propio envejecimiento. Puede ser, en este sentido, que sobrevengan crisis fruto de la desatención de los hijos o por la sobrecarga que la atención de los mayores supone.

Está claro que cada etapa presenta sus propios retos y sus particulares formas de solución. Existe, no obstante, el peligro de que la crisis no sea identificada como tal y, a pesar de haber miembros de la familia con problemas, se perciba la situación como individual y no como síntoma de un mal funcionamiento colectivo. Cómo bien nos señala la Terapia Familiar, ningún fenómeno comportamental puede ser entendido de forma aislada porque siempre es causa y consecuencia: entenderlo de forma separada a todo el que lo rodea, con mucha probabilidad nos conduciría a conclusiones imprecisas.

T.S.

divendres, 22 de juliol del 2016

La felicidad digital

Pocos discutirán que a estas alturas, los redes sociales son todo un fenómeno que ha cambiado la forma en que las personas tenemos para relacionarnos, gracias a la creación de nuevos espacios virtuales donde está la posibilidad de interactuar de una manera donde prima el poco esfuerzo. Quizás sea interesante, desde punto de vista psicológico, analizar brevemente cuáles son los principales efectos derivados de su uso.

Parece claro que los espacios virtuales están, progresivamente, sustituyendo los espacios reales. La consecuencia inmediata de esto es una mengua en el desarrollo de los recursos personales necesarios para procurar una buena adaptación al medio en que vivimos. Dicho de otra forma: viviendo en el mundo digital, estamos menos preparados para el real: los aprendizajes útiles para la vida cotidiana difícilmente pueden ser logrados desde entornos donde sólo hay la posibilidad de relacionarse "online". Así, encontramos muchos jóvenes perfectamente entrenados y preparados para relacionarse de la forma más inverosímil y extravagante posible vía internet, pero resultan ser incapaces de dirigir dos palabras a un desconocido en un lugar público. Se puede concluir, pues, que el hecho de pasarse mucho tiempo en redes sociales y entornos online como principal forma de relacionarse, resta capacidades para crecer como individuo en la vida real: no es extraño encontrarse en las consultas a adolescentes con esta problemática.

Pero no es éste el único efecto de las redes. En mi opinión, la mayoría del contenido que se deposita no es del todo representativo de la vida de las persones. En este sentido, puede ser sea útil recurrir a un concepto en psicología denominado deseabilidad social. Este concepto viene a decirnos que las personas actuamos según aquello que queremos que los otros vean. Parece claro que de deseabilidad social las redes sociales están repletas, actuando a modo de escaparate: véase, por ejemplo, instagram o facebook, las dos redes sociales por excelencia que se han erigido en termómetros para medir cuán popular es alguien. ¿Qué parte de nuestras vidas decidimos mostrar? Además de la deseabilidad, ¿que más hace que sólo mostremos aquello que queremos que los demás vean? 

Si se revisa alguna red social en un día cualquiera, no será extraño encontrarla llena de estampas felices y dichosas. A mí me gusta nombrar a esto como la felicidad digital. ¿Cuántas de estas estampas son realmente sinónimo de una felicidad real y cuántas sólo responden a la necesidad de aprobación y reconocimiento de los otros? ¿Por qué las personas compartimos informaciones que podrían ser compartidas de modo privado? ¿Por qué nos gusta someter nuestras publicaciones a escrutinio público?



Puede que parte de la respuesta a este interrogante esté en que algunas personas, sutilmente, se mienten a sí mismas, con propósitos benéficos. Es decir: necesitan crear realidades artificiales para hacer su vida más agradable o deseable a ojos de los otros, cosa que resulta tranquilizadora: "si los otros lo dicen, debe ser verdad". No olvidemos que tendemos a ser y actuar según cómo creemos que nos ven y no como nos vemos. Nos gusta sentirnos deseados por los demás. Aquí se observa con cierta frecuencia la necesidad de que los otros aprueben una realidad inventada (véase una foto que pretende mostrar un momento muy divertido) para convertirlo real. Por ejemplo: imaginémonos que estoy en una fiesta más bien aburrida. Hago una foto divertida y la subo a las redes sociales. Pues bien, resulta que la foto tiene una gran acogida, con mucha atención de mis contactos. Con el tiempo, es muy posible que tienda a pensar que aquel fue un gran día y que me lo pasé genial: son los demás quienes dan significado a nuestras experiencias. A esto, Paul Watzlawick lo denominó realidad de segundo orden, es decir, cómo construimos realidades a partir de opiniones. Parece claro, pues, que las redes sociales representan el mejor vehículo para convertir una pequeña mentira en toda una realidad, eso sí, basada en un sutil autoengaño.

Dejo, pues, una pregunta para la reflexión: ¿cuánta felicidad real hay en las redes sociales?

T.S.

dissabte, 2 de juliol del 2016

El reto de educar: El lenguaje del déficit

Un elemento que tiene una importancia capital dentro de las familias es el de la comunicación. Su observación detallada nos permitirá acercarnos a la comprensión de los maneras que cada uno tiene para relacionarse dentro de ella, que tienden a la estabilidad con el paso del tiempo. Como cabe suponer, esto cobra especial relevancia cuando hablamos de la forma que los padres tienen de comunicarse con los hijos.

Así, lo que se suele observar es que, con el tiempo, estas formas de relacionarse tienden a volverse reiterativas y repetitivas, llegando a constituir lo que se denominan pautas de relación. Y, si juntamos estos patrones que observamos entre los miembros, podemos empezar a hablar de un modelo de comunicación familiar determinado. Entendemos, pues, como modelo de comunicación familiar la forma general, y más o menos estable, que los miembros de la familia emplean para relacionarse entre ellos. La comunicación intrafamiliar puede adoptar varias formas, así que de modelos de comunicación encontraremos varios. Del que me interesa hablar en esta reseña es el modelo de comunicación basado en el déficit y sus repercusiones, dado que no resulta extraño encontrarlos en las consultas.

Dicho de una forma rápida: cuando nos dirigimos a alguien podemos hacerlo basándonos en las cosas buenas que decidimos ver de aquella persona, o basándonos en lo que creemos que le falta o en los atributos negativos que le proyectamos. Esto segundo, como es esperable, suele provocar con el tiempo un cierto deterioro de la relación. Este deterioro seguramente ayuda al hecho que la comunicación siga basándose en lo negativo, lo que tiende a incrementar el conflicto, y así sucesivamente. Por lo tanto, es razonable pensar que se trata de un modelo comunicativo del que cabe huir.

¿Pero qué es exactamente esto del "lenguaje del déficit"? Harold Goolishian, psicólogo, lo describe muy bien usando la metáfora del agujero negro. Dice Goolishian: "el lenguaje del déficit crea un mundo de descripciones que sólo comprende lo que está mal, lo que falla, lo que está ausente o lo que es insuficiente (...), comparable a un agujero negro del que es muy difícil escapar. Al usar la metáfora de agujero negro, trato de capturar la esencia de un sistema de significados cuyas fuerzas son tan poderosas que es imposible huir de él hacia otras realidades".

Así, con los hijos, hay elección: podemos comunicarnos con ellos basándonos en aquello que hacen bien o basándonos en lo que falla o les falta. Con el tiempo, los resultados de un estilo u otro serán radicalmente diferentes: hay numerosos teóricos de la terapia centrada en las soluciones que afirman que, dando atención a aquello bueno que ocurre dentro de la familia, lo que cabe esperar es que crezca y de cada vez ocupe más lugar, desplazando aquello menos deseable. En este sentido, no se tiene que despreciar en absoluto el poder del lenguaje y la forma en que éste es empleado, puesto que tiene un impacto enorme en la confianza de los hijos: algunos psicólogos estudiosos de la motivación han descubierto que uno de los factores más importantes a la hora de motivar a las personas es la creencia de que realmente hacen bien aquello que se les ha asignado, con independencia de la ejecución real. Hay un experimento llevado a cabo por Jones (1977) que refleja bien este fenómeno. Este investigador estudió en dos grupos de adultos a quienes se les  encomendó la tarea de resolver las mismas diez adivinanzas. Cuando los sujetos presentaron sus tareas para ser calificadas, a un grupo se les  dijo que los habían resuelto bien, y al otro grupo, que lo había resuelto de una manera "insuficiente". Aquellos que fueron calificados positivamente en la primera ronda, resolvieron mucho mejor la segunda que los miembros del otro grupo. En el ámbito de la escuela también se han realizado estudios similares. En uno de estos estudios, se demostró que cuando los maestros estaban seguros de que sus alumnos responderían bien a un test de inteligencia, estos superaban en 25 puntos a otros estudiantes con diferentes maestros. De nuevo, queda claro el enorme efecto que tienen las expectativas y la manera en que son transmitidas.


Así pues, cabe no abundar en el lenguaje del déficit y emplear, cuantas más veces mejor, el lenguaje basado en las fortalezas. Cabe también revisar cómo influyen las ideas preconcebidas que tenemos sobre otras persones a la hora de dirigirnos a ellas, y más si estas personas son nuestros hijos: a pesar de que a veces no lo parezca, los hijos dan una importancia enorme a aquello que los padres dicen sobre ellos. Así pues, invito al lector, padre o madre, a encontrar aquellas fortalezas de sus hijos e hijas que puedan ser empleadas para comunicarse con ellos de una manera constante. Invito, de paso, a evaluar los resultados un tiempo después de haber usado esta provechosa manera de comunicarse.

divendres, 6 de maig del 2016

¿Cómo son los ciudadanos de tu ciudad?

A las personas se nos puede entender como un complejo organismo que constantemente está interactuando con su medio y que, como cualquier otro organismo, necesita un equilibrio interno para sobrevivir. Éste, explicado de una forma muy breve, es el concepto de homeostasis, que quiere decir que todo organismo vivo tiende a la estabilidad.  

​Así, las personas no somos una excepción. Necesitamos estabilidad física y mental, porque de lo contrario los problemas invadirían nuestras vidas. ​Uno de los elementos de que disponemos para mantener este equilibrio en nuestras vidas, es la forma en que pensamos. Dicho de una forma rápida: necesitamos entender todo lo que nos pasa, encontrar significados que encajen con nuestras particulares formas de entender el mundo y las personas porque, de lo contrario, nuestro sistema interno se desestabiliza y, de prolongarse mucho en el tiempo, esta falta de estabilidad puede convertirse en psicológicamente lesiva. A estas singulares maneras de entender todo el que nos pasa, las podemos definir como creencias


​A pesar de que hay diferentes tipos, de lo que me interesa hablar es de la enorme influencia que tienen las creencias para funcionar a nuestras vidas, y de qué manera nos pueden traer a formas especialmente intensas de sufrimiento que, de usar otras, no tendrían lugar. ¿De qué manera se crean estas formas de construir la realidad? Veámoslo a continuación.


Un fenómeno basado en la creencia que observo a menudo es la necesidad que las personas tenemos de acercar la realidad a lo que deseamos, es decir, esforzarnos al creer una determinada cosa. Tal vez con más frecuencia de la que sería deseable, solemos representar mentalmente el mundo que nos rodea de la forma más cercana a nuestros deseos, necesidades e ideas. Valga como ejemplo el relato de un destacado psicólogo del siglo XX, Gordon Allport, en 1964. Cuenta Allport que, después de acabar la Primera Guerra Mundial, en un hospital austríaco de veteranos, un paciente mostraba un dolor físico generalizado y perdía peso de una manera inexplicable. Los médicos no conseguían emitir un diagnóstico, motivo por el cual pidieron la opinión de un patólogo importante, anunciando al paciente que este médico sería capaz de diagnosticar su mal y de definir la terapia apropiada. Cuando el famoso doctor llegó a la cama del enfermo, observó atentamente aquel hombre sin tocarlo en absoluto y, finalmente, dijo: "moribundus". Y el gran patólogo, acompañado por el séquito de sus asistentes, se fue. Inexplicablemente, a partir de aquel momento el paciente empezó a mejorar, recuperó el peso y, pasadas unas semanas, se curó y fue dado de alta. Pasado un tiempo, visitó al gran patólogo en su casa para hacerle entrega de un obsequio y darle las gracias por haberle salvado la vida... ¡La suerte de no saber latín!





​Este relato obliga a hacerse una pregunta: ¿Qué es lo que curó este hombre?​ ¿De qué manera las creencias (fundamentadas o no) sobre otras personas influyen en nosotros?


​Suele ocurrir también que hay ocasiones en que los hechos que observamos no encajan con nuestro sistema de creencias, es decir, no concuerdan con nuestra forma de pensar. Aquí suelen observarse dos grandes tendencias: ​los hay que se cuestionan el porqué de aquello que no encaja, lo que implica desestabilizar el sistema. Si de este proceso de cuestionamiento se llega a una nueva creencia diferente a la inicial, se puede afirmar que se ha dado un nuevo aprendizaje. Por el contrario, la otra tendencia que se observa a menudo es tratar de acomodar los hechos a las creencias, de forma que éstas permanezcan inalterables, y por lo tanto, evitando desestabilizar el sistema psicológico. Como el lector habrá intuido, esto implica engañarse a sí mismo: ¿Cuántas personas hay de las que se puede afirmar que hay algo que no quieren ver o entender?


​Una prueba de esta tendencia que las personas tenemos por engañarnos a nosotros mismos la demostró Alex Bavelais en la Universidad de Stanford. Este investigador colocaba a una persona ante una serie de parejas de números sin ninguna relación entre ellos, pero se le pedía si veía alguna relación. Muchas personas creían descubrir relación entre los números después de repetidas presentaciones, pero la realidad era que no  había​. Incluso a algunas, cuando después se las informaba de la inexistencia de la relación, seguían afirmando que ellas habían visto alguna.


​Queda claro, pues, que vemos lo que queremos ver. Seleccionamos aquellos aspectos de la realidad que más encajan con las creencias que tenemos enraizadas dentro de nosotros para no entrar constantemente en crisis y desestabilizarnos, a pesar de que a veces sea aconsejable lo contrario. De esto es profundamente ilustrador este breve cuento: 


"Hay una historia antigua que cuenta que  había un sabio que acogía en la puerta de la ciudad a todo viajero que entraba. Un día llegó un hombre, que le pidió: ¿Cómo son los ciudadanos de esta ciudad? Y el sabio le preguntó: ¿Tú como crees que son? El hombre le respondió: espero que no sean como las de la ciudad de la que vengo, que eran ávaros, egoístas y malos. El sabio le respondió diciendo: también aquí encontrarás ciudadanos ávaros, egoístas y malos. Al día siguiente, llegó un hombre que le pidió al sabio: ¿cómo son los ciudadanos de esta ciudad? El sabio respondió pidiendo: ¿Cómo crees que son? Imagino que son personas buenas y hospitalarias, dijo el hombre. El sabio respondió: también aquí son buenas personas y hospitalarias."





¿Cómo son los ciudadanos de tu ciudad? 


T.S.

dijous, 28 d’abril del 2016

El reto de educar (en los tiempos que corren)

Parece claro que hoy día resulta difícil educar a una hija o hijo. Móviles, redes sociales, crisis de valores y moralidad, dificultades de conciliación de vida laboral y familiar... Con este escenario, cuando se pone la mirada a los problemas que aparecen habitualmente al ámbito de la familia, uno que se encuentra con relativa frecuencia y que suele ser motivo de consulta por parte de los padres es el hecho de que los hijos tengan verdaderas dificultades para obedecer y seguir normas.

Está fuera de duda que muchos de padres ponen la mejor de las intenciones para criar personas cariñosas, educadas y honestas, a pesar de que a veces estas buenas intenciones acaban contribuyendo a que los hijos se conviertan primero en niños caprichosos, después en adolescentes déspotas y finalmente en el que hoy en día se conoce como "hijos tiranos". Veamos a continuación, de una forma introductoria, algunas de las cosas de tipo general que hay que tener en cuenta para no llegar a este punto.

La infancia es un momento privilegiado para empezar a establecer las pautas educativas que servirán al hijo para ir moldeando su personalidad y su forma de relacionarse. Aquí cobra importancia el hecho de poner límites claros desde el principio a sabiendas de acompañar, firme pero suavemente, cuando al nin le cuesta aceptarlos. Hay que evitar, pues, adoptar un estilo demasiado permisivo con los hijos, pero también un estilo demasiado basado en las normas y la coerción. Dicho de otro modo, es sumamente importante saber decir que no, pero lo cómo se dice también lo es: cuando el hijo muestra su disconformidad hacia algo que se le niega en forma de "rabieta", lo que resulta más desaconsejable es ceder a ella o responder con un grado similar de agresividad. Si somos agresivos con ellos, no podemos esperar una respuesta diferente. Ya nos lo enseñó A. Einstein: "dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los otros; es la única manera".

De esta forma, hay que esperar un niño que acepta que hay normas que está en la obligación de cumplir. También lo ayudamos a saber que no lo tiene fácil para anteponer sus necesidades a las de los padres de forma que todo gire al su alrededor: es saludable que puedan entender que hay personas con necesidades diferentes a las suyas, necesidades que también se tienen que satisfacer: éste, en mi opinión, constituye uno de los pilares de la educación en edades tempranas.

Otro de los pilares a considerar a la hora de educar es la autonomía, o que los hijos sepan hacer cosas con poca o sin ayuda. Si se piensa, cada día hay oportunidades para promoverla. De entrada, puede ser útil hacerse esta pregunta: ¿Cuántas cosas hacemos los padres por los hijos pero que ellos ya saben hacer? Según un aforismo que invita a la reflexión de Jorge Wagensberg, físico y divulgador científico, "enseñar no consiste sólo en dar comprensiones, sino a señalar caminos para tropezarse con ellas". En el sentido que apunta Wagensberg puede ser interesante, como padres y educadores, hacerse algunas preguntas: ¿Ponemos a prueba como de capaces son los hijos o directamente sustituimos sus capacidades porque pensamos que no pueden solos? ¿Qué concepto tenemos de ellos: como personas que pueden o que no pueden? ¿Y alguna vez nos hemos parado a pensar de qué manera influye en nuestra manera de hacer las cosas este mismo concepto que tenemos? Y es más: ¿De qué manera ellos y ellas lo reciben, este concepto? Todo ello tiene una influencia enorme en el crecimiento emocional de los niños: cuantas más oportunidades tienen de hacer cosas y hacerlas bien, más alentados se sentirán y más reforzados se sentirán por las personas de su entorno.

Según el niño crece y se da con cierta frecuencia el comportamiento desobediente, no es extraño ver como los padres usan la infructuosa estrategia de la "hablar en vez de actuar", ya descrita brevemente unas cuántas reseñas atrás. El hecho de amenazar que el castigo tendrá lugar pero no llegar a ejecutarlo tiene efectos claramente adversos: se pierde autoridad a ojos del hijo, que piensa, no sin razón: "aun así no lo hará...". Otra modalidad del hablar en lugar de actuar es la de razonar incansablemente con ellos sin tomar otras medidas, pretendiendo que esto tenga algún efecto sobre su comportamiento: hay momentos en los que resulta totalmente ineficaz, especialmente a la entrada de la etapa de la adolescencia.

De estos y otros aspectos se puede hablar ampliamente, así que en futuras reseñas se dedicará más espacio para reflexionar sobre ellos.

T.S.

Cuentos terapéuticos (I)

Había una vez un hombre, que era el cartero de la reserva, que escuchó a algunos de los Mayores hablar sobre objetos recibidos que otorgaban un gran poder. Él no sabía mucho sobre estas cosas, pero pensó que podría ser maravilloso recibir un objeto que sólo podía ser concedido por el Creador. En particular, escuchó de los Mayores que el objeto más excelso que una persona podía recibir era una pluma de águila. Decidió que tenía que tener una. Si podía recibir una pluma de águila, poseería todo el poder, la sabiduría y el prestigio que deseaba.

Pero también supo que no podía comprarla. Tenía que llegar por voluntad del Creador. Día tras día, salía a buscar una pluma de águila. Creía que para encontrarla, sólo tenía que mantener los ojos muy abiertos. Llegó un momento en que no pensaba en otra cosa. La pluma de águila ocupaba sus pensamientos desde el alba hasta el ocaso. Pasaron muchas semanas, meses, años. Todos los días el cartero hacía sus rondas, buscando incesantemente la pluma de águila. No prestaba atención ni a su familia ni a sus amigos. Mantenía la mente fija en la pluma de águila. Pero nunca la encontraba.

Empezó a envejecer, y la pluma no aparecía. Finalmente, se dio cuenta de que por mucho que buscara, no estaba más cerca de la pluma del que había sido el día que inició la búsqueda. Un día decidió cogerse un descanso junto al camino. Salió de su pequeño jeep y tuvo una conversación con el Creador. Dijo: "Estoy muy cansado de buscar la pluma de águila. He pasado toda mi vida pensando en ella. Casi no me he ocupado de mi familia y de mis amigos. Lo único que me ha preocupado ha sido la pluma y ahora la vida me ha pasado de largo. Me he perdido muchas cosas buenas. Bien, abandono la lucha. Dejaré de buscar la pluma y empezaré a vivir. Tal vez todavía tenga tiempo para recuperar mi vida y mis amigos. Perdóname por la manera en que he conducido mi vida".



Entonces, y sólo entonces, lo inundó una gran paz. De repente, se sintió mejor interiormente de lo que se había sentido todos aquellos años. Tan pronto como acabó de hablar con el Creador y empezó a andar en dirección al jeep, lo sorprendió una sombra que pasó por encima suya. Miró al cielo y vio un gran pájaro volando. Al instante, desapareció. Entonces vio algo que descendía flotante suavemente en el aire: una hermosa pluma. ¡Era su pluma de águila! Se dio cuenta de que la pluma había aparecido inmediatamente después de que abandonara la investigación y hacer las paces con el Creador.

Ahora el cartero es una persona distinta. La gente acude a él buscando sabiduría y él comparte con ellos todo el que sabe. Si bien ahora posee el poder y el prestigio que tanto anhelaba, ya no le interesan estas cosas. Se preocupa por los demás y no por sí mismo. Así llega la sabiduría.

Extraído íntegramente de: "Abrir caminos para el cambio" (M. Selekman, 1996)