dissabte, 17 de setembre del 2016

Las crisis familiares

Si hay una influencia que resulta innegable en la vida de cualquier persona, esta es la de la familia. Desde que nacemos, somos parte de las relaciones que se van creando y consolidando entre sus miembros y, queramos o no, esto tiene una enorme importancia en nosotros a la hora de crecer y desarrollarnos como personas: todos traemos una carga genética que la familia ayuda a que se exprese de una forma o de otra. No en vano, algunos estudios apuntan a que nuestra forma de ser está determinada en un 20% por la herencia genética y en un 80% por las experiencias y aprendizajes, donde la familia tiene un papel capital.

Del concepto familia podemos encontrar variadas definiciones. Una que resulta completa es la siguiente: "grupo de personas que comparten un proyecto común y duradero, donde hay fuertes sentimientos personales de pertenencia y se establecen relaciones emocionalmente intensas de intimidad, reciprocidad y dependencia". Así, no se puede negar el carácter dinámico que la familia tiene, puesto que se puede considerar como un sistema que evoluciona constantemente como consecuencia de los propios requerimientos vitales: en efecto, la mayoría de las familias muestran la capacidad de evolucionar cuando lo necesitan. Puede ser, no obstante, que por varias razones, a la familia le cueste llevar a cabo esta evolución necesaria. Si esto pasa, entonces es muy probable que sobrevengan las llamadas crisis familiares. Veamos a continuación qué puede producirlas, relacionándolo con las diversas etapas de la vida.

​Para decirlo de una forma general, de crisis familiares hay de dos tipos: las esperadas (o evolutivas) y las inesperadas. Estas últimas son las que sobrevienen sin haberlo planificado, como consecuencia por ejemplo de una enfermedad o del hecho de perder el trabajo. Pero en esta reseña haré un repaso de las primeras, que son las que tienen que ver con las diferentes etapas del ciclo vital de la propia familia.​ 

A grandes rasgos, el ciclo familiar se puede dividir en las siguientes etapas: constitución de la pareja, ser padres, periodo intermedio, emancipación de los hijos y retiro de la vida activa. Cómo es de suponer, los problemas que pueden aparecer en cada una de ellas varían mucho. Veámoslos sucintamente a continuación.



Al constituirse la pareja, suele ocurrir que se necesitan nuevas reglas de funcionamiento, diferentes a las familias de origen de cada uno de los cónyuges. Cada uno viene con sus propias reglas y la nueva pareja plantea la exigencia de un proyecto común, hay que crear de nuevas. Suele observarse con mucha frecuencia que todavía existe un vínculo muy intenso de alguno de los cónyuges con su familia de origen, el que suele crear dificultades y falta de compromiso con el proyecto común. Aquí suele hacerse necesario renegociar las reglas con las familias de origen. 

En la fase de ser padres, la observación de las familias nos indica que los retos que se plantean tienen que ver al tratar de combinar de manera eficaz la parentalidad y la conyugalidad, es decir, tener la capacidad de combinar los espacios de padres con los de pareja, además de volver a negociar las reglas de relación con las familias de origen. Como consecuencia de esto, pueden aparecer problemas de pérdida de espacio como pareja, desvinculación del padre por un excesivo vínculo madre - hijo o exceso de implicación de los padrinos en la vida familiar.

Pero una de las crisis familiares que más se observan a las consultas, son las que tienen que ver con la etapa intermedia de la vida, donde los hijos inician la adolescencia. El que a menudo ocurre en esta etapa es que se da o bien sobreprotección hacia los hijos o bien excesiva desvinculación. A la vez, no es infrecuente observar conflictos de pareja o expresión de la insatisfacción de los padres con el que tiene que ver con su vida profesional.

La siguiente fase crítica suele ser la de la emancipación de los hijos, también conocida como la del "nido vacío". Pueden darse severas dificultades de los padres para facilitar la transición hacia la independencia de los hijos, así como importantes retos que tienen que ver con la renegociación de las reglas de pareja una vez los hijos ya no están en casa.

La última es la de las familias en retiro de la vida activa, la fase final. Es posible que  haya pérdidas y por lo tanto procesos de luto, además de que los roles que cada cual ha ocupado a lo largo de su vida dentro de la familia se pueden ver modificados por los cuidados que las personas mayores requieren como consecuencia del propio envejecimiento. Puede ser, en este sentido, que sobrevengan crisis fruto de la desatención de los hijos o por la sobrecarga que la atención de los mayores supone.

Está claro que cada etapa presenta sus propios retos y sus particulares formas de solución. Existe, no obstante, el peligro de que la crisis no sea identificada como tal y, a pesar de haber miembros de la familia con problemas, se perciba la situación como individual y no como síntoma de un mal funcionamiento colectivo. Cómo bien nos señala la Terapia Familiar, ningún fenómeno comportamental puede ser entendido de forma aislada porque siempre es causa y consecuencia: entenderlo de forma separada a todo el que lo rodea, con mucha probabilidad nos conduciría a conclusiones imprecisas.

T.S.