Un elemento que tiene una importancia capital dentro de las
familias es el de la comunicación. Su observación detallada nos permitirá
acercarnos a la comprensión de los maneras que cada uno tiene para relacionarse
dentro de ella, que tienden a la estabilidad con el paso del tiempo. Como cabe
suponer, esto cobra especial relevancia cuando hablamos de la forma que los padres
tienen de comunicarse con los hijos.
Así, lo que se suele observar es que, con el tiempo, estas
formas de relacionarse tienden a volverse reiterativas y repetitivas, llegando
a constituir lo que se denominan pautas
de relación. Y, si juntamos estos patrones que observamos entre los
miembros, podemos empezar a hablar de un modelo
de comunicación familiar determinado. Entendemos, pues, como modelo de
comunicación familiar la forma general, y más o menos estable, que los miembros
de la familia emplean para relacionarse entre ellos. La comunicación intrafamiliar
puede adoptar varias formas, así que de modelos de comunicación encontraremos
varios. Del que me interesa hablar en esta reseña es el modelo de comunicación
basado en el déficit y sus repercusiones, dado que no resulta extraño
encontrarlos en las consultas.
Dicho de una forma rápida: cuando nos dirigimos a alguien
podemos hacerlo basándonos en las cosas buenas que decidimos ver de aquella
persona, o basándonos en lo que creemos que le falta o en los atributos
negativos que le proyectamos. Esto segundo, como es esperable, suele provocar
con el tiempo un cierto deterioro de la relación. Este deterioro seguramente
ayuda al hecho que la comunicación siga basándose en lo negativo, lo que tiende
a incrementar el conflicto, y así sucesivamente. Por lo tanto, es razonable
pensar que se trata de un modelo comunicativo del que cabe huir.
¿Pero qué es exactamente esto del "lenguaje del
déficit"? Harold Goolishian, psicólogo, lo describe muy bien usando la
metáfora del agujero negro. Dice Goolishian: "el lenguaje del déficit crea un mundo de descripciones que sólo comprende
lo que está mal, lo que falla, lo que está ausente o lo que es insuficiente
(...), comparable a un agujero negro del que es muy difícil escapar. Al usar la
metáfora de agujero negro, trato de capturar la esencia de un sistema de significados
cuyas fuerzas son tan poderosas que es imposible huir de él hacia otras
realidades".
Así, con los hijos, hay elección: podemos comunicarnos con
ellos basándonos en aquello que hacen bien o basándonos en lo que falla o les
falta. Con el tiempo, los resultados de un estilo u otro serán radicalmente
diferentes: hay numerosos teóricos de la terapia centrada en las soluciones que
afirman que, dando atención a aquello bueno que ocurre dentro de la familia, lo
que cabe esperar es que crezca y de cada vez ocupe más lugar, desplazando
aquello menos deseable. En este sentido, no se tiene que despreciar en absoluto
el poder del lenguaje y la forma en que éste es empleado, puesto que tiene un
impacto enorme en la confianza de los hijos: algunos psicólogos estudiosos de
la motivación han descubierto que uno de los factores más importantes a la hora
de motivar a las personas es la creencia de que realmente hacen bien aquello
que se les ha asignado, con independencia de la ejecución real. Hay un
experimento llevado a cabo por Jones (1977) que refleja bien este fenómeno.
Este investigador estudió en dos grupos de adultos a quienes se les encomendó la tarea de resolver las mismas
diez adivinanzas. Cuando los sujetos presentaron sus tareas para ser
calificadas, a un grupo se les dijo que
los habían resuelto bien, y al otro grupo, que lo había resuelto de una manera
"insuficiente". Aquellos que fueron calificados positivamente en la
primera ronda, resolvieron mucho mejor la segunda que los miembros del otro
grupo. En el ámbito de la escuela también se han realizado estudios similares.
En uno de estos estudios, se demostró que cuando los maestros estaban seguros
de que sus alumnos responderían bien a un test de inteligencia, estos superaban
en 25 puntos a otros estudiantes con diferentes maestros. De nuevo, queda claro
el enorme efecto que tienen las expectativas y la manera en que son
transmitidas.
Así pues, cabe no abundar en el lenguaje del déficit y
emplear, cuantas más veces mejor, el lenguaje basado en las fortalezas. Cabe
también revisar cómo influyen las ideas preconcebidas que tenemos sobre otras
persones a la hora de dirigirnos a ellas, y más si estas personas son nuestros
hijos: a pesar de que a veces no lo parezca, los hijos dan una importancia
enorme a aquello que los padres dicen sobre ellos. Así pues, invito al lector,
padre o madre, a encontrar aquellas fortalezas de sus hijos e hijas que puedan
ser empleadas para comunicarse con ellos de una manera constante. Invito, de
paso, a evaluar los resultados un tiempo después de haber usado esta provechosa
manera de comunicarse.
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